
En las altas horas de la noche, desperté de pronto a la orilla de un abismo anormal. Al borde mi cama, una falla geológica cortada en piedra sombría, se desplomo en semicírculos, desdibujado por un tenue vapor nauseabundo y un revuelo de aves oscuros.
De pie sobre su cornisa de escorios, casi suspendido en el vértigo, un personaje irrisorio y coronado de laurel me tendió la mano invitándome a bajar.
Yo rehusé amablemente, invadido por el terror nocturno, diciendo que todos los expedientes, hombre adentro, acaban siempre en superficial y vana palabrería.
Preferí encender la luz y me dejé caer otra vez en la profunda monotonía de los tercetos, allí donde una voz que habla y llora al mismo tiempo, me repite que no hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria.
Juan José Arreola: Prosadía
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